jueves, 7 de enero de 2010

MANIFIESTO

DE LA UNIVERSIDAD A LA REPUBLICA DEL SABER Y LA CULTURA


Severo Iglesias

Las universidades han sido hasta
aquí el refugio secular de los
mediocres, la renta de los
ignorantes, la hospitalización
segura de los inválidos. Los
cuerpos universitarios, celosos
guardianes de los dogmas, trataban
de mantener en clausura la
universidad, creyendo que la
conspiración del silencio puede
ser ejercitada en contra de la
ciencia.
La juventud universitaria de
Córdoba se levantó contra un
régimen administrativo, contra un
método docente, contra un concepto
de autoridad. Exige que se le
reconozca el derecho a
exteriorizar el pensamiento
propio. Está cansada de soportar a
los tiranos. Si no existe una
vinculación espiritual entre el
que enseña y el que aprende, toda
enseñanza es hostil y de
consiguiente infecunda. Toda la
educación es una larga obra de
amor a los que aprenden.
Manifiesto de los estudiantes.
Córdoba. 1918.

Hoy, aunque se vive un salto de dimensiones históricas, parece que la época de las grandes transformaciones sociales ha pasado. A pesar de que la tecnología, los negocios, la comunicación y el entretenimiento de las corporaciones inventan productos a diario, el cambio social e histórico buscado y esperado por los trabajadores parece imposible. En realidad, ha llegado, pero no en beneficio de la justicia y la verdad.
En el aliento pesimista proliferan los argumentos en contra de una nueva sociedad, una nueva nación, un nuevo modo de vida. Se aspira a vivir mejor, pero dentro de las condiciones existentes. Por esa razón, lo que se dice aquí será visto como “utopía”, “abstracción”, “sueño”. ¡Tanto peor para los realistas de aspiración estéril, huérfanos de espíritu y audacia!
Es explicable que así sea. Girando sobre sí mismos, ellos se marean y no ven sino manchas difusas alrededor. Lo mismo sucede a la universidad.
Pero hoy, como ayer, precisamente porque ésta debe ser la “institución del saber superior”, no puede alegar ignorancia ni soslayar la implacable crítica de su misión histórica y social.
Mitos y declamaciones salen sobrando. Su pensamiento, sus acciones y sus obras son la única prueba de la validez de su existencia.
Comprenderla es fácil. Basta captar la contradicción interna que inexorablemente la acompaña: es un ideal universal de la civilización y a la vez una institución de su tiempo.
Pero su expresión más auténtica son los estudiantes. Sin oír su voz con respeto, sin paternalismo ni tutelaje, poco se puede saber de ella.

I

LA UNIVERSIDAD. INSTITUCION HISTORICA

1. Toda institución histórica tiene una misión. Hoy se dan diversos significados a la universidad.
Para los iluminados es “alma mater”, para la burocracia magisterial es una “institución de enseñanza”, para los empresarios es “fábrica de profesionales”, para los incapaces es “torre de marfil”, para la tecnocracia es “torre de control”, para el estado es cuna de “servidores sociales y funcionarios públicos”. Mas los buenos deseos nunca son buenos consejeros, como lo prueba cualquier frustrado.
De manera semejante al estado, los ejércitos y las iglesias, la universidad es una institución histórica, con dialéctica general y el sello de su época.
En tanto institución histórica, por ende, su significado no se agota en su origen o su fachada actual, sólo puede encontrarse en su ensamble con las condiciones universales del mundo y la humanidad, así como en la acción, el pensamiento y la obra que, por necesidad, cumple en ellas. Esta es su misión.
Su humanismo, por ello, no es decorado o barniz para ocultar la vulgaridad y la sordidez mercantil, es el núcleo de su existencia.
En efecto, sobrepuesto a la naturaleza, el ser humano constituye al mundo con las fuerzas de su razón, su libertad y su praxis. En dicho mundo, además de las generaciones que pasan, brotan fuentes donde irradian las formaciones universales que guían a esta “naturaleza humanizada”: la vida social homínida, la cultura, la civilización, la producción, el saber, los valores, la acción pública y la técnica.
Son el equipo propio del hombre, agregado al bagaje evolutivo de sus instintos, reacciones y formaciones subjetivas. La conservación, organización y promoción de ese equipaje constituye el sedimento o condición de la vida histórica del mundo y la humanidad. El resultado de su devenir es el progreso. Este enriquece el modo de vida humano y transfiere los avances a las nuevas generaciones.
Su venero es el depósito subjetivo propio de la especie, integrado por sus aptitudes, facultades, capacidades y habilidades donde germina el modo de vida racional.
Con esas bases, además del natural, el transcurrir histórico teje la trama de la vida humana en dos modos:
Uno es la generación de un plus de existencia y realidad, compuesto por los contenidos reales, subjetivos y práxicos que, en contradicción y mediados entre sí, forman a todo objeto producido. Es la fuerza constitutiva especial de la especie pensante, capaz de erigir un mundo a la medida de sus aptitudes, valores y fines.
Otro, distinto a la simple evolución, es la génesis de un tiempo característico de su devenir, por obra del cual en unos años un ser humano asimila lo que la humanidad ha realizado en milenios, remontando su posición atada a un aquí y un ahora para situarse ante el porvenir.
Tales determinaciones originarias: el plus práxico y el tiempo histórico, instauran el modo de vida que in-siste en el ser humano.
La obra del mundo, por consiguiente, es resultado del esfuerzo total del género humano, del trabajo de todas las generaciones antecesoras, de la larga y universal marcha de los pueblos. Su contenido es, por definición, público, concierne al pueblo, la base social.
Debe destacarse. Los mencionados planos de la vida histórica no tienen efectividad difusa. La sociedad ha establecido instituciones, organizaciones y diversos espacios públicos para hacerlos efectivos. Unos se depositan en la vida común, tales como los valores morales, éticos, cívicos, estéticos e intelectivos; otros en instituciones, como el estado que debe abrigar el contenido público; otros más en la escuela... ¿Qué se instala en la universidad?
Para responder a ello se debe recordar que una institución cuya vigencia trasciende a las épocas no afirma su significado en su eventual paso por el tiempo, como sucede con las obras y acciones efímeras. Tiene una orientación y una necesaria conexión con fines claros y determinados.
En pocas palabras: tiene una misión, un destino y compromiso que le dan su razón de ser, sin los cuales su existencia carece de validez y de racionalidad plena.

2. La subversión de la misión universitaria. ¿Cuál es la misión que cumple la universidad en la historia?
Asociada a la función educativa, aunque no se reduce a ésta, la universidad debe ser el resguardo, impulso, innovación y generación de cultura, pensamiento teórico, científico y técnico.
Su carácter, sin embargo, ha sido la ambivalencia de su saber “superior”. No ha tenido un contenido determinante que dé consumación a los fundamentos generales de la vida humana, los componentes universales del mundo, los fines de la humanidad universal y la vida del planeta.
En efecto, la universidad cae en la alienación de su objeto, el cual acaba por no tener otro significado que el utilitario; cae en la alienación del sujeto, que termina por perder la conciencia de su compromiso; y cae en la alienación de su praxis, que se trueca en mera rutina profesional.
En efecto, la universidad sufre lo que toda institución: sin asumir los principios, las condiciones, la misión y las funciones que otorgan validez a su existencia, de manera fatal se ve envuelta en las brumas del mito, el rito y el andar automático. Entonces sobrevive por inercia, por interés o por mistificación y transita sin memoria, sin fines y sin autoconciencia. A ciegas y dando palos de ciego.
En efecto, sin sus cimientos necesarios, la universidad reside en un mundo ficticio. Sin la libertad, la racionalidad y la praxis que son fundamentos del mundo, la universidad es mero producto, proyecto o invento de una época; sin la teoría, la verdad y la conciencia de su misión histórica, su trabajo intelectual es mero oficio; sin los valores sociales, estéticos e intelectuales, es monumento erigido a la barbarie; sin la mediación de la conciencia con la humanidad, la sociedad y la nación, su enseñanza profesión es servidumbre.
Su misión, en consecuencia, ha sido subvertida.
Por eso, la fundación de las universidades, a falta de una conciencia clara de su misión y sus condiciones de existencia, remite a santones protagónicos, anécdotas y actos de autoridad.

3. Su efectivo papel histórico. ¿Cuál ha sido, en el efectivo devenir del mundo, el papel desempeñado por la universidad? Ella ha corrido la misma suerte que demás productos del trabajo, el pensamiento y la vida humana.
Igual que la sabiduría y la praxis de la soberanía social es usurpada por las clases dominantes, los cuerpos sacerdotales, militares, políticos y económicos;
Igual que la riqueza material depositada en la obras, los bienes y lo medios es apropiada por unos cuantos para amasarla como capital;
Igual que la interacción de actos laborales, técnicos y profesionales del campo agrario, industrial y de servicio, es segmentada y controlada por quienes tienen los materiales, los medios y la propiedad productiva;
Igual que a la función productiva basada en la desigual riqueza y poder de unos pocos le ha correspondido una distribución desigual del valor económico generado por el trabajo;
Los resultados del conocer científico, de la técnica, la cultura y la sabiduría pública, son apropiados por unos cuantos y negados a la mayoría de la sociedad.
Con una débil aportación constitutiva a los bienes de la humanidad enunciados, la universidad ha cumplido básicamente la función distribuidora en todos los tiempos. Baste observar que las grandes concepciones y teorías han sido elaboradas fuera de ella; y que, pese a su crecimiento cuantitativo, aún es reservada a unos pocos.
De tal modo, la producción universal de saber por el mundo y la humanidad se deforma por la contradicción implícita en su función y sus resultados: entre el producto de la especie humana, que es base de su actividad educativa, y su apropiación por una minoría que condena los trabajadores a la minusvalía del saber.
Lo que es progresivo por obra de la humanidad, anula su capacidad transformadora por la acción conservadora de la enseñanza.
La distribución desigual del saber cumple así una tarea subversiva del orden humano y racional: lo que es universal por su propio origen y fundamento, puesto que la ciencia, la técnica y la cultura son resultados de las aptitudes de la especie humana y del trabajo de todo el género, es utilizado en beneficio de un segmento social, un interés particular y un fin exclusivo.
Aquí no hay leyes constantes. La pauta de ese sesgo no es innata, la da el poder dominante de cada época. Sea el patrimonial, la opinión o la fuerza.
Veamos los grandes pasos de dicha institución y el papel que ha desempeñado en cada momento.

4. Todo lo que nace merece... Cada obra, cada ser humano, cada acción, encuentran su verdad al consumar su misión efectiva sobre la tierra. La tragedia de cada quien es que, al alcanzarla, percibe el lado inexorable de su existencia: todo lo que nace merece perecer.
Igual que el mundo, como decía Heráclito, oculta su esencia tras las apariencias y por eso es necesario el trabajo científico;
Igual que el acto prácticamente repetido no transforma la realidad del mundo y por eso es imprescindible la praxis fundadora de nuevas condiciones necesarias;
Igual que el significado de la realidad no brota del saber inmediato, del dominio o de la adaptación ciega a sus fuerzas, y por eso los valores deben otorgar significado a la existencia;
Igual que el concepto de algo no se da completo en su origen, en su desenvolvimiento o en su fin, sino en la totalidad de su devenir;
Todo debe estar prevenido para despedirse cuando ha agotado las posibilidades que marcan las líneas de su consumación total. Por eso todo, la vida de cada quien, de cada pueblo o de cada institución, exige la plena autoconciencia que le permita captar con lucidez y evidencia lo que ha sido su evolución y lo que será su término.
Conviene, como un acto de reconocimiento, por tanto, repasar los apuntes escolares respecto a las etapas de la universidad.

a. Sus orígenes griegos. La Academia de Platón (388 a.J.), comunidad del maestro y los discípulos, cuya misión era hacer posible la “transformación de los filósofos en reyes y de los reyes en filósofos”, para acabar con los males que afligen a la sociedad. Su función era elaborar y transmitir los saberes necesarios para efectuar dicha transmutación: matemáticas, astronomía, música, filosofía y politeía o constitución.
El orden propio del pensamiento y el diálogo eran sus normas. El saber de la geometría y de sí mismo su ocupación diaria. Su fin principal: restablecer el orden de la polis griega asolada por la tiranía.
El Liceo de Aristóteles (336 a.J.), con la misión de organizar el saber antecedente, los principios y causas del mundo, las ciencias particulares, el saber social de las virtudes, la constitución y la acción política, y convertir las formas del pensar en técnica de pensamiento con la lógica analítica.
Su fin principal: totalizar el saber correspondiendo al mundo ecuménico del imperio macedónico.

b. La universidad medieval. 1200 París, 1231 Bolonia, 1214 Oxford, 1222 Padua, 1224 Nápoles, 1228 Salamanca... 1551 México.
Es corporación gremial de maestros y estudiantes con fueros: estar exenta de pagos de impuestos, tributos, servicio militar y protegida de la excomunión. Su saber: teología, medicina, jurisprudencia y artes liberales.
El pensamiento griego, las aportaciones de los padres del cristianismo y el pensamiento árabe, recubiertos de teología, fueron su objeto.
Llegó a ser claustro para cultivar el saber jurídico del estado moderno naciente, la traslación del fideísmo a las formas de la razón, la medicina para el cuidado de los estamentos superiores y la formación de una capa social culta.

c. La universidad napoleónica. La Convención francesa suprime la universidad corporativa en 1793. Junto con la Ecole Politechnique y la Ecole Normale Supérieure, el régimen napoleónico refunda la universidad.
Su divisa principal: el racionalismo iluminista contra el fanatismo. Sus fines: consolidar la obra revolucionaria, la unidad política y nacional, liquidar los vestigios del feudalismo en el pensamiento y las costumbres, aplicar el conocimiento, preparar profesionales, impulsar la investigación, dar elementos para resolver los problemas sociales, preparar en artes y letras, dirigir la opinión pública y moral. Su centro: la administración estatal.
La libertad de pensamiento, los derechos universales del hombre y la ciencia metódicamente demostrada fueron sus conquistas indiscutibles. Contra la censura y la inquisición católica, la libre lectura y circulación del libro, impactaron de manera progresiva la vida social general.
Con el paso del tiempo, el positivismo, apologizando el industrialismo nacido a finales del siglo XVIII, realizó en ella su ideal de la “corporación espiritual” que, coordinada con la corporación industrial, gobernaría la sociedad.
La ciencia positiva, concentrada en la observación de las cosas materiales, el experimento, las leyes fijas y constantes, serían el objeto principal del conocimiento.

d. La universidad tecno-científica. Hacia finales del XIX, las industrias eléctrica, petrolífera, farmacéutica, química y de bienes sintéticos, absorbieron la ciencia. El saber científico pasó a ser una base de la producción, se volvió fuerza productiva.
Esa conversión tuvo un efecto inmediato. El contenido teórico de la ciencia depositado en las grandes concepciones del mundo y el “cultural” en su impacto sobre la conducta y las formas de pensar, le fueron amputados; el conocimiento se subordinó a la aplicación técnica para elevar la eficiencia de la producción social. (Las implicaciones de significado de la concepción heliocéntrica del mundo, del origen del hombre y la evolución de las especies, de la paleontología, la física electromagnética y relativista, se guardaron en el tintero).
El saber, empaquetado en libros de texto o manuales despojados de su conexión con la historia, la humanidad, la vida nacional y las necesidades sociales; sin conexión con la vida de los estudiantes y los valores, era ahora aprendido como cosa indiferente a las necesidades de la belleza, la verdad, el espíritu, la justicia, la libertad y la dignidad, incapaz de generar nuevas propensiones y aspiraciones.
Su uso para proyectar, calcular, programar, experimentar y elevar la eficiencia y la productividad, en pocas palabras, su aplicación técnica, se volvió el centro de la enseñanza y el saber profesional.
Las anteriores profesiones universitarias, con preponderancia de las ingenierías, junto con las administrativas y las sociales (economía, administración, sociología, ciencias de la educación) se organizaron siguiendo el orden de las grandes divisiones empresariales.
La investigación teórica y conceptual, que en la mayor parte de los casos (exceptuando al profesor Kant), había sido realizada fuera de la universidad y ahora en los centros de investigación empresariales (Edison 1876, Eastman Kodak 1893, B.F. Goodrich 1895, General Electric 1900, Du Pont 1902, Bell Telephone 1907...), ocupa un reducido lugar en la universidad.
El objetivo de su acción, además del profesional, fue la formación de recursos humanos para la industria investigadora, no la realización de investigaciones que dieran respuesta a los grandes problemas del pensamiento, la teoría, la humanidad, las necesidades sociales o nacionales.
Transmutada en fuerza productiva, pues, la universidad pasó a ser parte de la riqueza y el poder, en manos de los grandes monopolios.

e. La universidad en el socialismo de control. Con el mismo esquema, la universidad sobrevivió en el socialismo de control fundado en la URSS en 1917, centrada en la ciencia positiva, en las técnicas sociales, en la investigación atada a las necesidades productivas y la cultura al oficialismo “realista” y la propaganda. La nueva sociedad nunca contó, igual que respecto a los valores, con una Idea propia.
Allí, en la gran promesa de la sociedad obrera, el pensamiento y la teoría universales fueron suplidos por el marxismo convertido en doctrina intocable y base de la censura general; los valores fueron suplantados por los intereses del estado y el partido disfrazados de fines proletarios; la verdad fue sustituida por la ciencia, sesgada a veces con la ideología de clase; el humanismo fue diluido en promesa a futuro con la que se justificó la restricción de derechos, la censura del pensamiento y de creación cultural, y los derechos humanos generales.

f. En México... La Universidad Pontificia, ajena a las necesidades y aspiraciones del México independiente, opuesta al espíritu liberal que irrumpía en la marcha del país, es cerrada por la reforma de Gómez Farías-Luis Mora en 1833. La Reforma nacional sienta su nueva base con la Escuela Nacional Preparatoria en 1867.
El porfiriato, en su agonía, en 1910 encarga fundar la universidad moderna al positivista antiliberal Justo Sierra.
“Las escuelas que componen la nueva institución –decía su proyecto- son las profesionales”: Preparatoria, Jurisprudencia, Medicina, Ingeniería, Bellas Artes y Altos Estudios. (Esta última, para formar profesores universitarios, era un agregado ecléctico de humanidades, “doctrinas” filosóficas, ciencias positivas y matemáticas. A mediados del siglo XX, fue tomada como modelo a seguir por positivistas-marxistas como De Gortari).
Complementariamente, -agregaba- “podrá contribuir, si posible fuere, a la elaboración de la ciencia y el arte en el mundo.”
Su posición elitista quedaba expresada en su formulación básica (art.1): “La UNM es un cuerpo docente” encargado de la educación superior nacional. Su centro, por tanto, eran los profesores, figura de autoridad en aquellos tiempos. Su tarea se reducía a “enseñar” para formar profesionales que continuarían la obra del grupo “científico” que, junto con el castrense y el tirano, oprimieron a México durante 35 años.
El frente de su evolución no presentó mayores novedades. Retraída de la vida revolucionaria desatada en 1910, desvaría y en 1921 sólo se le ocurre soñar que “Por mi raza hablará el espíritu”.
Lo cual evidenciaba que la UNM padecía una doble alucinación: veía razas donde no había, pues desde la lucha de Hidalgo ésa dejó de ser una distinción nuestra; y veía espíritu donde no había, ignorando que aquel es pensamiento universal con existencia y fin en sí mismo, y no puede ser posesión de ninguna raza.

5. La irrupción de la reforma universitaria. En 1918, un hecho histórico altera la marcha inercial de la universidad. En la misma época de la revolución científico-técnica, el estudiantado, la parte más sensible de la sociedad contemporánea después de la clase obrera, como lo demostraron los movimientos de los 60’s, hace su aparición y obliga a reformarla.
Sus propuestas en Córdoba Argentina: reintegrar la universidad a la sociedad, dar acceso a las clases desvalidas, participación del estudiantado en el gobierno de la institución, terminar con el monopolio y la oligarquía profesoral, libertad y cátedra temporal para prevenir el dogmatismo, seminarios y mesas redondas para abrir espacio a las innovaciones, modificación de programas, fundar universidades populares, intervención de los estudiantes como monitores educativos en las universidades populares, vincularla con la población del país y la región, enlazar las universidades de América Latina.
Su marco histórico: la ampliación del poder de las economías imperialistas a través de sus monopolios y trusts, el reforzamiento del dominio sobre los países débiles con los mercados, los avances tecnológicos y productivos de la segunda revolución industrial, la primera guerra mundial (1914-18), la constitución del primer país socialista en la historia en 1917, la ampliación del poder de la comunicación y la publicidad con la radio y el cine.
En tales condiciones, un profundo significado tenía la reforma: era la esperanza de una institución con la que se creía modificar un mundo invadido por la irracionalidad, la injusticia, la opresión, la barbarie y la muerte.

6. La autonomía de la UNM. En 1929, ante un conflicto similar al los que se dieron desde la fundación de la universidad en el siglo XIII, el estado mexicano concede la autonomía a la universidad.
Asignándole fines difusos y asumiendo las líneas generales de la reforma, el artículo 1º. de su Ley Orgánica decía: “La UNM tiene como fin impartir la educación superior y organizar la investigación científica, principalmente la de las condiciones y problemas nacionales, para formar profesionistas y técnicos útiles a la sociedad, para llegar a expresar en sus modalidades más altas la cultura nacional, para ayudar a la integración del pueblo mexicano, llevar las enseñanzas a quienes no estén en posibilidades de asistir a las escuelas profesionales por medio de la extensión universitaria, poniendo la universidad al servicio del pueblo.”
“La UNM es una corporación autónoma, con plena responsabilidad jurídica”, decía el artículo 2. Esperando que “en lo futuro fuera independiente en lo económico”, por un “período cuya duración no puede fijarse”, recibiría un subsidio estatal.
El gobierno mexicano, que buscaba la integración institucional de las fuerzas revolucionarias, ante la situación crítica del país luego del asesinato de Obregón en 1928, la unión de las fuerzas políticas en el Partido Nacional Revolucionario, la rebelión escobarista, el final del conflicto cristero y la campaña vasconcelista, se quita un problema de encima, aparece como “democrático” e ilustrado, consciente del trabajo intelectual, cultural y educativo.
No eran los días en que creía necesitar la universidad para la vida nacional: las fuerzas de la revolución estaban en los ejércitos y las clases trabajadoras que iban siendo cooptadas por el control del PNR.
Más allá de las apologías y leyendas, el contenido de la autonomía, sin la convicción de la reforma del 18 y la ideología de la revolución mexicana, se deja traslucir en un periódico estudiantil de la Facultad de Derecho de mayo de 1919. Con ingenio, la mano confesional decía ante la renuncia de su director: “Hoy, a la tres de la tarde (la misma hora en que se ahorcó Judas), víctima de bilis, se fue muy lejos el alma del licenciado Narciso Bassols. Los estudiantes de leyes lo comunican con gusto y dan las gracias al Altísimo por haberlo hecho descansar. El duelo se recibe en la universidad, y se despide en lugar reservado, con gritos y sombrerazos.”
Obviamente, sin un fundamento teórico claro, sin fines sociales y nacionales determinados, sin un compromiso con la Revolución que ingresaba en su etapa institutiva y con el pueblo mexicano que liquidaba los restos feudales, la universidad transitó al margen de la vida nacional y la autonomía no significó nada importante.
Las nuevas áreas del saber nacidas con la revolución tecnológica en la biología, la mecánica cuántica, la ciencia atómica, la física relativista, la lógica matemática, los reflejos condicionados, el psicoanálisis; los problemas del dominio imperial sobre los países débiles, la revolución obrera, el control sindical de los trabajadores, la crisis económica mundial (1929-32), no figuraron en el horizonte de la autonomía.
Después su “modelo” se hizo extensivo al resto de las universidades.

7. La universidad desarrollista. Posteriormente, desde los 40’s, en la etapa de protección a la industria y el desarrollismo, México se incorporó a los nuevos esquemas de dependencia. Se vio obligado a importar tecnología y saber, enganchando la economía del país al dólar y los monopolios internacionales.
E igual que el sistema buscó imitar a los países grandes en sus niveles de consumo, impulsó su industria de bienes secundarios y ató México al capital extranjero con las necesidades de materiales intermedios, tecnologías, equipos, medios de producción, saber técnico; convirtió la industria en operadora de la tecnología ajena y la universidad usó el saber en la aplicación no creativa de la ciencia y la técnica.
Entonces, uniformando sus leyes orgánicas, las universidades mexicanas incorporaron otras carreras adaptadas a la división social del trabajo y tergiversó su fines confundiéndolos con las funciones de la docencia, la investigación y la difusión cultural. El cultivo escolar de la ciencia, adosado a la enseñanza, las especialidades, la comunicación, la economía, las relaciones “humanas”, la psicología, la administración pública, la estadística y otros saberes relativos a la ingeniería social, mental e institucional, fueron sus aportes.
Sin brújula histórica y convertida en aparato funcional, sus formas de enseñanza y la orientación general del ejercicio profesional siguieron dependiendo de los poderes económicos y estatales existentes.
En su somnolencia, el desarrollo de los negocios y el poder le arrebató su objeto. La industria y los servicios absorbieron la fuerza productiva de la ciencia; el mercado comunicatorio, el turismo y el entretenimiento controlaron los productos culturales; la programación estatal y privada encausó las ciencias sociales; las técnicas lógicas, las doctrinas y los dogmas se enseñorearon de la filosofía.
En todos los casos, la universidad corrió la misma suerte que el esquema desarrollista: elevar la demanda de educación, hacer crecer el mercado de la enseñanza, impulsar la importación de ciencia y tecnología, reducir el trabajo a la operación de los medios de producción, relegando su generación nacional.
Su signo cotidiano: el espejismo del avance, pero sin bases, sin fuerzas, sin Idea.

8. Los 60’s. Proyectos de reforma y contrarreforma. Hacia los 60’s, la crisis del desarrollismo hizo su aparición. Entre las luchas estudiantiles y los crímenes del 68, la insurrección estudiantil ventiló diversas propuestas para reformar la universidad. La represión policial y militar frustró tales aspiraciones.
Luego del desánimo, la persecución, los encarcelamientos y el temor que invadieron a los centros de estudios, algunas universidades impulsaron proyectos de reforma.
Se reclamó la libertad de aprendizaje, derribar la “torre de marfil” y llevar el pueblo a la universidad, la participación efectiva de los estudiantes en el gobierno universitario, poner la institución al servicio del pueblo y contribuir a resolver las necesidades nacionales.
Sus principios: una universidad científica, democrática y humanista. Significando por ello que no bastaba apropiarse de un saber para usarlo técnica o profesionalmente, sino aprender a generar y construir conocimiento y ciencia; que el humanismo no es el brillo o barniz que decora la sordidez de la vida, sino la fuente universal de vida cargada de sentido, depositada en el trabajo, en el devenir histórico y la marcha de la humanidad; que la democracia es, como lo señala el artículo 3o. Constitucional, una “forma de vida basada en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”.
La UNAM, la UNL, Puebla, Oaxaca, Sinaloa y otras universidades recibieron el mismo trato a inicios de los 70’s: la violencia de los grupos fascistas alentada por los gobiernos.
Por su parte, la contraofensiva del poder económico, incrustada en el gubernamental y apropiada de las universidades, previniendo contra futuras rebeliones levantó la torre de control.
Cerró los caminos del gobierno universitario, endureció la burocracia, desideologizó las demandas sindicales universitarias, disolvió las disputas de principios en cuestiones de “currículum”.
A través de la Asociación Nacional de Universidades (ANUIES), se planeó y programó la actividad educativa anulando la libertad de cátedra, se impusieron objetivos económicos a las carreras, se subordinaron los planes de estudio a las funciones empresariales, se redujo el perfil profesional al puesto de trabajo.
En pocas palabras: a través del control burocrático y el servilismo de administraciones antiuniversitarias, la autonomía ha sido una farsa. Se trató de una verdadera contrarreforma instrumentada desde las altas instancias del poder.
Con la contrarreforma el estudiante ha sido convertido en un miserable alumno (con la complicidad de los padres de familia) cuya tarea es obedecer; con el rótulo de la “vinculación”, la universidad se han atado al carro de la “planta productiva” de las empresas dependientes y antinacionales; se ha abierto un mercado inflacionario del saber con los postgrados que ocultan el desastre de la educación profesional; el profesor es un trepador de la pirámide escalafonaria: abajo se arrastra la sangre nueva que no tiene vías de ascenso, arriba la cúpula decrépita se niega a morir.
Su desenlace: las plazas de trabajo van desapareciendo y el contrato eventual se generaliza, el canibalismo profesoral cierra la puerta a todo intruso que quiera penetrar en su cotos, la universidad se asfixia en su conservadurismo. Es el reinado pleno de la mediocridad.
Dos hechos delatan la política anti-universitaria de la SEP y las cúpulas universitarias en las últimas décadas:
Uno. Además de demeritar la educación popular (puesto que los gobernantes envían sus hijos a las escuelas de paga) se cierra el cupo de las instituciones públicas para inducir al ingreso en escuelas privadas que son de clase y de negocio.
Dos. La corrupción universitaria que comienza con el sueldo vitalicio a las “autoridades” que se reeligen en su puesto y el manejo “discreto” de los recursos “propios” que expolian a los estudiantes.
Lo cual, además de ser contrario a un principio básico de la Revolución de 1910, propicia la transacción, el arreglo feudal entre las pandillas académicas, la subordinación y el servilismo. Acabando por fomentar el estancamiento, puesto que en el podrido medio actual la mejor manera de escalar los puestos es no decir, no pensar, ni hacer nada.

9. La universidad post-desarrollista. Con la crisis del esquema desarrollista, que coincidió con la insurgencia estudiantil, el sistema procuró adelantarse a frenar futuros estallidos. Aplastando los proyectos de reforma académica, a través de la ANUIES se introdujeron cambios administrativos para modernizarla, con meros esquemas de contención. Como decíamos entonces: para “cambiarla para no transformarla”.
Sin visión histórica, humanista y nacional se improvisaron diversos “modelos”.
La enseñanza modular, haciéndose eco del practicismo, abandonó la búsqueda de la teoría y el concepto para responder a los requerimientos de los empleadores y los alumnos buscadores de “chambas”. La enseñanza multidisciplinaria, una muleta para ayudar a caminar a los inválidos especialistas, es la adición de ineptitudes profesionales. La enseñanza de “calidad” y “excelencia”, calco de etiquetas de fabricantes y comerciantes que, en el mejor de los casos, en la universidad es mero sueño.
En realidad, a falta de conciencia histórica y nacional, la preparación educativa es un reflejo invertido de la época. Es la expresión de la alienación institucional. En ella, como en todo espejo, las partes de las figuras presentan alteradas sus posiciones (los lados derecho e izquierdo intercambiados, por ejemplo). Así sucede con los propósitos y los hechos de la universidad. Por ejemplo:
La necesaria unidad del saber propia de toda ciencia aparece como un reflejo invertido en la dispersión de los módulos. Estos obedecen al trabajo de las corporaciones mundiales que segmentan la fabricación en diferentes filiales de acuerdo con las ventajas que cada país les brinde.
Separando en diferentes localidades la preparación de materiales, la producción, el ensamblaje, el acabado, la comercialización, etc., usan paquetes de trabajo modulares, que convierten a los profesionales en individuos incapaces de planear, organizar, dirigir, programar, conducir o calcular el total de los procesos. Es el esquema aplicado por las empresas maquiladoras extranjeras, pero generalizado. Significa un obstáculo más contra la unidad de los trabajadores.
Obviamente, con eso la aparente facilidad para conseguir empleo significa mayor dependencia del trabajador respecto a una planta particular y el saber profesional se desliza hacia el ejercicio meramente técnico. Por tanto, no es raro el caso del profesionista que realiza tareas menores a su preparación.
Buscando ser “realista”, la educación modular es reflejo, “en pequeño”, del campo de negocios contemporáneo.
La multidisciplina, en sentido contrario, obedece a un hecho reconocido, aunque casi ignorado por las ciencias sociales: los problemas han elevado su grado de complejidad por la mediación múltiple de las diferentes fuerzas, planos y contenidos de la vida. Sin superar las limitaciones de las especialidades, justifica la división empresarial de las profesiones. Se contenta con ensamblar los saberes complementarios.
Diversa a la división modular, la multidisciplina amplía el campo del saber segmentado, pero la imagen completa del mundo complejo en el espejo profesional se vuelve difusa.
Por su parte, la calidad y la excelencia económicas, como se sabe, dada la estrategia de elevar la circulación del capital con el incremento del crédito y el consumo, son anuladas por el desgaste o la obsolescencia programada de los productos, utilizando materiales sustitutos, baja protección y resistencia, con duración útil prefijada, etc.
Lo mismo sucede en la fábrica de profesionales: lo que éstos aprenden tiene breve vigencia, no pueden transferirlo a otras áreas del trabajo, su acabado “educativo” es superficial, han de ingresar periódicamente al taller de la educación recurrente.
Entonces, a mayor calidad mayor dependencia. La educación continua es la reparación que resana el desgaste de las capacidades y habilidades.
Estas contradicciones quedan ocultas en el saber escolar y sólo se ponen a la vista de la razón nacional. Pero un hecho las delata ante la frustración, la impotencia y el desconcierto de los egresados. Además de haber abandonado su misión histórica, la universidad no es capaz de responder a la más mínima aspiración y derecho de una generación: encontrar un empleo para hacer su vida.
Las pretensiones del “alma mater” acaban por ser imploración.
Y ya al margen de la humanidad (pues la universidad no estudia el pensamiento, la praxis, la conciencia y la vida humana), de la historia (pues sus estudios se hunden en el egoísmo pueblerino de la microhistoria), del pensamiento universal (perdido en la bagatelas de la hermenéutica y el postmodernismo, resucitados ante la crisis de las corrientes filosóficas antes vigentes), de la vida planetaria (pues no parece preocuparse por impulsar las nuevas fuerzas energéticas para desactivar la destructividad de las actuales), la universidad atiende las solicitudes de las empresas dependientes y los capitales extranjeros que diseñan sus perfiles para que responda con “pertinencia” a sus dictados. (Según se expresan los burócratas de la SEP y la ANUIES).
No se da cuenta siquiera que entre las instituciones actuales (privadas o públicas), los grandes problemas sociales, el manejo de las empresas multinacionales y el entendimiento de los principales problemas nacionales y mundiales, va emergiendo un nuevo tipo de saber.
Mientras las profesiones tradicionales son reducidas a pequeños paquetes técnicos, el entendimiento de los grandes problemas públicos, su manejo estratégico y táctico, su conducción en un mundo cada vez más complejo, la amenaza contra el planeta vivo, la sobrepoblación, la inminente crisis de los alimentos y el agua, los efectos de la comunicación y las redes internéticas, el efecto destructor de la clase del capital supranacional, todo eso, induce a integrar un nuevo saber supraprofesional.
Las bases de éste no son la segmentación o la división del trabajo económica tradicional, sino la interdisciplina reclamada por algunos grupos estudiantiles en los 60’s.
Finalmente, la universidad no se da cuenta que el saber se va de sus manos porque todas sus áreas están en crisis. Bastaría un breve diagnóstico de ellas para demostrarlo.

II

LA UNIVERSIDAD VICTIMA DE SU CEGUERA

10. La obra universitaria. Con variaciones, el esquema de la UNM se hizo extensivo a todas las entidades federativas del país.
Pero como dice el apotegma popular: honor a quien honor merece. Sus aportaciones a la vida de México son innegables.
Las instituciones laborales, de salud, educativas, culturales, bancarias, las empresas estatales, los servicios públicos, la obra y el equipamiento urbano, la transformación agraria, la construcción de la infraestructura energética, hidrológica, de transportes y comunicaciones, la administración ejecutiva, legislativa y judicial, han recibido la participación de los profesionistas en el cumplimiento de sus funciones.
Su educación fue posible aplicando los recursos públicos y por el trabajo del pueblo que emergió en la Revolución Mexicana como la fuerza y el motor principal del México del siglo XX.
El crecimiento de su ingreso y sus avances académicos se debieron en gran medida a las presiones, y muchas veces a cruentas luchas del sector estudiantil, que abrieron las puertas de la universidad a algunas capas de la clase obrera y campesina.
Así la institución cumplió su papel como vaso de capilaridad en la movilidad social durante la etapa desarrollista. Puede decirse que las funciones del estado benefactor y empresario, el manejo de los esquemas de subsidios, la ingeniería social y demás formaciones de dicha etapa, mucho deben al trabajo de los profesionistas egresados de la universidad mexicana.

11. La tragedia de la desventurada que se sacó los ojos para no ver su infamia. Frente a las anteriores aportaciones, una prevención ataca a los universitarios en nuestro tiempo. En ello va de por medio un “problema freudiano”: en medio del desastre, igual que los marxistas no se han atrevido a criticar a su padre, los universitarios no pueden criticar a su madre.
El mecanismo de censura que en ellos opera es elemental: al criticar a sus antecesores deberían criticarse a sí mismos, pues no todos los defectos pueden ser achacados a los padres. Y si en los 60’s nosotros respondíamos contra la represión política, ideológica y policial, ahora los universitarios asumen la autorepresión. La figura policial ha sido introyectada y golpea desde el deseo.
La autocensura, por su parte, genera amnesia mórbida. La universidad ha olvidado su origen y su devenir; camina en la oscuridad, pero cegada por la falsa luz del saber utilitario. De tal modo, deslumbrada por los éxitos de la ciencia de las cosas, no tiene con-ciencia del mundo y de sí misma, ni auto-con-ciencia de su misión.
El practicismo subordinado al capital le extirpó los ojos del espíritu. Para prevenirse con seguridad contra el reconocimiento de su subversión y la pérdida de su misión, se volvió ciega. No parece necesitar a la conciencia, el furor pragmático suple a la lucidez; las novedades y el consumo intelectual son un velo de oscuridad que nubla su vista. En tal “cruce de caminos” la furia autorepresiva cierra la puerta de la verdad interior y se siente bien olvidando el problema.
No obstante, ante el ojo de la historia no hay defensa. Algo grave sucede cuando la institución que debiera ser autoconciencia social e histórica padece de amnesia.
El remache de este fenómeno: la universidad no parece tener mayor impacto en la sociedad. De hecho, la opinión no se da cuenta de él. En 1999 la UNM estuvo cerrada, no siguió al rectorado y no siguió a los “ultras”; el gobierno, la “planta productiva”, la sociedad, la vieron con indiferencia. Parece un juego de mutuos desencantos. Amor con amor se paga: tampoco la universidad se interesa por el mundo.
Como quiera, sin contemporizaciones innecesarias, lo que parece un defecto ocasional es en realidad un mal radical. Ante la crisis del mundo actual dominado por la rapacidad de unos cuantos países, con un cambio histórico de grandes proporciones cuyo futuro es incierto, con la amenaza de desaparición de la vida sobre la tierra, con sistemas energéticos destructivos, con la inconsciencia y la irracionalidad que azotan a la subjetividad, con la miseria afectiva, espiritual y valorativa que asola a la existencia, con la fabricación masiva de miserables, la indolencia de la universidad es criminal.
Pero, como todo objeto existente, la universidad paga el olvido de su misión con la pérdida de sus fines. Esta pérdida se compensa con sustitutos. El ejercicio del pensamiento teórico, la praxis, la libertad, la racionalidad, la verdad, fundamentos universales del mundo y objeto de la misión histórica de la universidad, son sustituidos por las funciones escolares.
De ese modo, se vuelve un reflejo apologético de la sociedad en turno:
Eleva la ausencia cotidiana de valores al concepto con el relativismo, justifica el dominio industrial y productivista con el saber aplicado, oculta la dependencia tecnológica, económica y mercantil con el desarrollismo, apologiza la máxima extracción del valor del trabajo con el eficientismo y la productividad profesionales, apuntala el saber de la tecnocracia volviéndose torre de control.
El desenlace de su ceguera y contradicciones es fatal. Al convertirse en un reflejo de la situación existente, esfuma su autonomía en la ficción.
Primero, porque no puede trazarse normas propias, pues su ley orgánica la dicta el legislativo.
Segundo, porque la ciencia, la cultura y la técnica que manipula, son fuerzas productivas y responden a las necesidades empresariales desde finales del siglo XIX.
Tercero, porque careciendo de capacidad para generar pensamiento, ciencia, técnica y cultura, es vehículo de dependencia de las corporaciones y poderes imperiales antinacionales.
Cuarto, porque su funcionalismo remite los resultados del trabajo intelectual y profesional al capital que incluso ha industrializado la cultura.
Quinto, porque separada su actividad de la vida pública, nacional y social de México, su coartada de apoliticismo y neutralidad es un servicio tácito al poder privado.
Sexto, porque produciendo profesionales cuyo ejercicio se deja al arbitrio individual, sin responsabilidad ni compromiso con el país, usa los recursos públicos para fomentar el interés privado y otorga un subsidio a la empresa que recibe los beneficios de la preparación universitaria.
Séptimo, porque la organización de sus estudios no sigue el orden propio de la teoría, la ciencia y la cultura, sino de la división del trabajo vigente, organizada en favor del capital y no del trabajo.
Finalmente, viviendo una situación insostenible, ha de apelar a las ficciones para compensar su miseria interior. Vive la irresoluble contradicción del presidiario: no puede salir, pues la preparación que ofrece no corresponde a las necesidades históricas del mundo; pero tampoco estar adentro, pues la jerarquía laboral y los feudos de poder parasitan en sus entrañas impidiendo todo progreso. En tal posición, cualquier “salida” es imposible y se opta por caer en el mundo ficticio.
Así, todo lo tergiversa. Los rasgos generales de su acción lo patentizan:

* Políticamente, al margen de lo establecido en el artículo 3º. de la Constitución de México, que establece los principios de la educación laica, gratuita, nacional, humanista, racional y democrática, la universidad flota en el vacío. Sin destino válido, es estación de tránsito que no ofrece nada interesante a las nuevas generaciones, pues lo que enseña se puede encontrar en muchos ámbitos.

* Humanamente, en lugar de contribuir a la maduración de las nuevas generaciones, propiciando su independencia y abriendo vías para hacer su propia vida, las encierra en el claustro, fuera de la vida pública, civil y mundial, enseñándolas a perder el tiempo, a resistir el tedio y asumir las leyendas de las camisetas profesionales, mientras salen de las aulas por inercia.

* Estructuralmente, una transmutación social se gesta en los engranes de su maquinaria educativa:
Cuando va al pueblo, creyendo en su iluminismo que algo importante le puede enseñar, le lleva el saber y la cultura importada y comercial, convirtiéndose en un vehículo del colonialismo ilustrado. Igual embauca al estudiante con el currículum abierto expuesto en el plan de estudios, mientras le oculta la transmisión de actitudes, ideologías y “valores” para inducirlo a la subordinación.
Cuando deja entrar a los jóvenes del pueblo, bajo el disfraz de la “movilidad y el ascenso social” de los desvalidos, la universidad desarraiga de su clase a los hijos de los obreros y los campesinos. Así, igual que el sindicalismo genera desigualdades al conquistar derechos que no son generales, la universidad distribuye el saber profesional desigualmente obrando contra la unidad de los trabajadores. Engaña con el currículum oculto que destruye la identidad social.

* Funcionalmente, la preparación profesional que brinda es signo de heteronomía. Siendo una mera respuesta a las necesidades ajenas, se vuelve mercado de servicios donde cabe vender cualquier cosa: deportes, turismo, técnicas comunicativas, oficios de servicio. Entonces, guiada por el lustre de la modernización y el servicialismo, cumple una función conservadora, reacciona, no va a la vanguardia.

* Históricamente, sus “productos” típicos, según las épocas, han sido: la formación de élites, de servidores sociales, de funcionarios públicos, gerentes y técnicos de empresa y hoy miembros de las redes y el estamento tecno-científico de las corporaciones. Nunca pensadores, ciudadanos, héroes o seres responsables de la humanidad.
Su saber, sin una concepción del mundo, del hombre y la historia, es utilitario. Su criterio de verdad es la eficacia y el éxito, carente de significado, de sentido, de validez, de belleza y de justicia.

12. Hoy... En estos días, con la globalización imperial, la clase transnacional, la agresión a mansalva contra los países débiles, la desocupación y la miseria crecientes, la inseguridad como signo social y los atentados contra la vida planetaria, la universidad no está en el centro de atención de nadie.

* Los estudios han perdido su alma. Hundida en el consumismo, el servicialismo, la insensibilidad a los valores, el interior de la universidad se ha vuelto sombra, reflejo, imagen y eco de lo ajeno.
Sin espíritu, que es modo de existencia y conciencia con fundamento en el hombre mismo, no tiene fines universales y, por tanto, no tiene valores, que son fines en sí.
Sus funciones han sido demeritadas por la misma marcha de la historia: la docencia por la información, la enseñanza por el ritual y la burocratización profesoral, la investigación por la industria corporativa de la invención, la cultura por la mercancía comunicatoria.
Su saber, descuartizado en especialidades artificiales que obedecen al mercado de trabajo y no al orden propio del conocimiento, padece la crisis de su inoperancia y se ha pretendido integrarlo con bases generales, troncos comunes o áreas básicas de las carreras, para evitar el “desperdicio” vocacional y facilitar la comunicación entre las profesiones.
La conciencia universitaria ha dejado su lugar a la inconsciencia y la alienación. Hace lo contrario a lo que dice ser, logra lo contrario a lo que pretende hacer y piensa sin pensar.
Hipnotizada por el saber positivo y experimental sobre cosas, se guía por el afán de control. Imitando a la industria que produce con medios, métodos, trabajo y recursos a su disposición, extiende su mano cosificadora sobre el saber social, humano, ético, cultural y político.
Entonces se atora en lo verificable y no llega a lo verdadero, en la ley y no llega a la justicia, en el arbitrio y no llega a la libertad, en la componenda y no llega a la democracia.
En síntesis: la universidad sólo ve lo que es, no lo que no es o lo que puede ser.

* El estudiante. Habiendo sido antes aprendiz gremial, una figura social, parte de la clase trabajadora o detonador de la conciencia ideológica, política y social en los 60’s, ha devenido en mero alumno, colegial y menor de edad.
La generación “x”, indiferente a su destino, juega a la escuelita y, cuando ya es tarde, al egresar siente el sabor de la tierra al darse cuenta que no está preparado para el empleo. A veces porque no hay, otras porque lo que le enseñan no sirve para resolver problemas complejos. Un segmento de ellos no se da cuenta de ello, cae en la “estudiantitis” y cree que los postgrados lo sacarán del hoyo.
La universidad no le ofrece nada importante, tampoco para México y los mexicanos; y él, empujado por las aspiraciones, no sabe por qué ingresa. Hoy, de nuevo, su propia casa le cierra las puertas cuando quiere hacer valer su certificado de preparatoria.
Total: una verdadera comedia de equivocaciones. ¿Cómo explicarla?
La mayoría son engañados por el sistema que instituyó la contrarreforma desde los 70’s y por los padres.
Unos les hicieron creer que era más importante la felicidad que la justicia, la inteligencia que el ejercicio sabio y responsable, el éxito que los valores, la persona y no lo público, el puesto de trabajo y no el interés nacional.
Otros: con la mentira del amor a los hijos, les enseñaron a ser cobardes, a no inmiscuirse en cosas públicas, en la vida social, en la lucha ideológica y política de México.
Hoy carecen de espacio para actuar, tomar conciencia de sí y de su responsabilidad. La familia es mercado y campo de combate psicológico, la escuela es campo de aislamiento, la vida pública y el gobierno giran sobre la privatización, los cargos públicos se miden por el valor del cheque, alentado por la “empleomanía” de los partidos.
Pero, reducido a nada, el estudiante tiene la fuerza latente para volver a ser una fuerza societaria generadora de proyectos, acciones, saber, cultura y técnica; históricamente, por su posición en la antesala del trabajo, tiene capacidad para movilizar la conciencia social, para participar en la vida nacional, para trabajar con dignidad en favor del pueblo y de México.
En todo caso, el destino de toda generación verdadera es volverse independiente. El secreto de dicha conversión es la conquista de la libertad por sí mismo.

* La escuela universitaria. El tono general de la universidad es autodestructivo: siendo una institución sostenida con recursos públicos, transpira privatización por todos sus poros.
Al preparar profesionales impulsa la eficacia de los negocios, al cerrar sus puertas propicia el lucro de las escuelas privadas, con sus crecientes cuotas es un mercado de títulos y una oficina recaudatoria que actúan en contra del principio constitucional, al acomodar sus estudios a las “demandas” se hace sirvienta del interés empresarial.
La cultura universitaria, sin un proyecto propio, buscando responder a la imaginación y el placer, cuando no a la distracción como pretenden los medios de comunicación, sigue la brújula de la gratificación, no la valoración estética; obedece a la necesidad ficticia, no a la verdad del hombre y el mundo; al consumo, no a la producción innovadora.
Deslumbrada por la sensibilidad efímera e inmediata, la cultura es consumo de sensaciones y avidez de novedades, o decorado de oropel que empobrece la vida.
En el campo de los valores, pregonando la falsa tesis mercantil que todos los saberes valen igual o son igualmente necesarios, se combate todo criterio valorativo. Sus consecuencias: la subordinación se equipara a la dignidad, la ventaja a la justicia, la adaptación a la libertad, el gusto a la belleza, el éxito a la verdad.
Por eso, en su pomposa “deontología”, las profesiones no logran ocultar su carencia de significado humano, social y nacional. La ética profesional tiene ya tiempo de ser una mentira tomada por profesores y estudiantes como un distintivo publicitario.
He aquí. Las ingenierías enseñan a operar la tecnología extranjera, no a generar la propia; las “humanidades” y la filosofía se envenenan en las doctrinas y la repetición de tesis superficiales, guiados sus profesores por la remuneración; la medicina hace circular el capital de las instituciones de salud, los laboratorios, las fábricas farmacéuticas y de equipos médicos; las profesiones sociales, usufructuadas por la administración pública y la ingeniería social, hoy transitan en la orfandad ante la retirada y el adelgazamiento del estado.
El magisterio, por su parte, no puede con el muro de ignorancia e irracionalidad que levantan las sociedades consumistas y los medios, y ninguna obligación es más importante para él que recibir un salario.

III
LA REPUBLICA DEL PENSAMIENTO Y LA CULTURA

13. De la institución a la república. Entre las refriegas por la autonomía y las propuestas de reforma, latía una nueva concepción de la universidad. Hoy ésta queda clara en nuestra propuesta de la república del saber, del pensamiento y la cultura.
Las limitaciones y contradicciones internas de la autonomía universitaria la han transmutado en una ficción. Esta mutación es ostensible si se considera que, además de ser una institución descentralizada del estado, está atada a la situación existente por su carácter funcional.
Ese carácter funcional, por definición, tiene sólo un alcance conservador. Adopta la misma lógica que el cuerpo humano: se compone por órganos y actividades que cumplen una actividad, tales como la digestión, la respiración, la circulación y otras. Su resultado y significado: conservar la vida del organismo.
Del mismo modo, la sociedad (en parte, pues tiene además componentes, formaciones, relaciones, estructuras y fines no funcionales) comprehende instituciones con las que cumple sus funciones: la productora, abastecedora, gubernativa, sanitaria, educativa, de seguridad, etc. Tales funciones responden a sus necesidades generales, subordinadas al sistema de distribución económica y social y, por tanto, a las posiciones de poder del aparato productivo y el régimen de propiedad.
Su alcance: conservar la vida y el funcionamiento normal de la sociedad.
Allí radican la importancia y el límite de la institución universitaria. Ha respondido a las necesidades de la población, del estado, los empresarios, los grupos sociales y se ha enredado en sus redes de poder. Por eso, muchas aspiraciones de algunos profesionistas para transformar las sociedades se han estrellado contra su restringido poder efectivo.
Sobre todo desde los 50’s, con la lógica centrípeta del capitalismo que absorbe las fuerzas sociales imprimiéndoles el sello del valor económico, la funcionalidad de las carreras corre pareja a su refuncionalización por las instituciones alineadas al negocio. (La misma lógica matemática es capitalizada por el aparato formal que sostiene la cibertécnica, el estudio de las emociones es aprovechado por las empresas de seguros, etc.).
El ciclo histórico, por tanto, se cierra. La universidad obedeció a distintos intereses en turno de acuerdo con las fuerzas que irrumpieron en la edad moderna, entre ellas las del pueblo, la nación, la razón y el bienestar, el lucro, el capital y el dominio.
Al surgir el poder económico financiero omnipresente, transmutable en sus formas, con capacidad para penetrar en todos los ámbitos de la vida social, incluso los íntimos, tanto el saber como la educación, las aspiraciones, las motivaciones, la administración y el subsidio económico de la universidad, sin proponérselo sirven a dicho poder. Por ende, como institución, su función es de servidumbre, no de autonomía. Carece de capacidad rectora.
En esa condición se levanta la necesidad de constituir una nueva entidad social que cumpla con la misión que históricamente correspondía a la universidad. Tal es la razón de nuestra propuesta de fundar la república del pensamiento y la cultura.
Su determinación principal está a la vista: una institución es una parte funcional de la sociedad, la república es un fundamento, condición o base general que hace posible la vida plena colectiva y la de cada quien.

14. ¿Qué es la república? Igual que se ha manoseado entre los aprendices de políticos la figura de la “Convención”, entre las rutinas legaloides de la administración pública se fue esfumando una figura moderna de la vida nacional: la república. Es urgente recuperar su estricto contenido.
Por supuesto, una república no se organiza en torno a un monarca, a los intereses feudales o los negocios. Su nombre original lo dio Platón: politeía, que Cicerón tradujo por república. Es la “cosa pública”, que significa la “cosa del pueblo”, la base permanente que mantiene la vida en común contra los vaivenes y caprichos de los gobernantes y del pueblo mismo. Allí reside la unidad social moderna, no en los estamentos o los señoríos feudales.
Sus componentes: los fundamentos o principios de la vida común de la ciudad, las características de sus partes, sus obligaciones y derechos, su forma de gobierno y de organización, los fines de la vida social, su orden y su modo de vida. Tales son los contenidos principales de la Constitución Política de toda república.
Su génesis: como lo señaló Rousseau, la responsabilidad que un pueblo se echa a cuestas cuando se constituye en el mundo en un momento de su historia, cuando toma el destino en sus manos y gesta su modo de vida y sociedad. No por el mando del monarca, de la fuerza militar o la voluntad oligárquica de unos cuantos. (México, en su fundación original en 1325 y la actual de 1810).
Sus ámbitos:

* Lo público son obras reales, espacios, instituciones y servicios, para la protección a los bienes y personas, para hacer posible la convivencia armónica en común, la realización de los fines de las personas, individuos y ciudadanos, y la unidad nacional.

* Lo público es el equilibrio social de justicia cumplida por la norma consuetudinaria y jurídica, establecida por la deliberación y acuerdo público del pueblo mismo que ejerce su soberanía a través de su organización y representantes, con garantías para ejercer la libertad y la igualdad en las relaciones y la utilidad común.

* Lo público es conciencia racional, ajena a las creencias confesionales que son asunto de convicción privada, con centro en el pensamiento y la conciencia universales, base para entender y conducir la vida común con imparcialidad, sin los sesgos de la vida particular. Conciencia sin imposición, sostenida en el diálogo racional, el análisis y la crítica publicitadas, ajenas a todo secreto u ocultamiento de secta o claustro.

* Lo público es soberanía, la instancia colectiva donde emergen las determinaciones efectivas sobre el rumbo, el interés y los problemas de la sociedad. Sin la obstrucción del abuso, la corrupción o la arbitrariedad.

* Lo público es acción colectiva, praxis organizada de fuerzas nutrida por la deliberación, que reúne el trabajo de todos los sectores, la actividad funcional y el poder estatal, inspirada en los principios constitucionales y de la cual brota el plus de humanidad, socialidad y mundanidad.

* Lo público es intervención ciudadana, educación, conducta y opinión común en torno a los asuntos que competen a todos, voluntaria y racionalmente determinada, guiada por la virtud cívica, el interés y el amor al compatriota. Protegida contra la interferencia del temor, las pasiones ciegas, la coacción o el interés egoísta contrapuesto al común.
La cosa pública, en pocas palabras, es el centro colectivo del mundo que hace posible la consumación plena de los fines de la vida humana. Aunque haya sido apropiada por el capital, no debe ser propiedad ni recurso de nadie, es condición universal necesaria para la vida de la nación. (En el orden civil, por ejemplo, es la justicia, la garantía de convivencia libre y racional, la educación, la salud universal, la seguridad y la protección a la vida; en el político es el orden democrático, las instituciones para cumplir con el derecho, la participación colectiva y nacional; en el personal es la garantía de contar con los medios para el ejercicio general de los derechos comunes a la humanidad).

15. Bases constitucionales de la república del saber. Como república, la del pensamiento y la cultura tiene los mismos fundamentos. Su objeto particular es la sabiduría, la cultura y la técnica.
Tiene el orden propio que emerge de esos fundamentos, respecto a los cuales la ciencia, el saber técnico y el arte son funciones que deben ejercerse para engrandecerlos. Funciones que deben proyectarse al porvenir, dado que hoy la información, las nuevas formas de pensar, de saber y de sentir, han impactado la enseñanza, la difusión y la investigación.
En tanto entidad histórica, esta república es una Idea, esto es, totalidad de posibilidades abierta a la adopción de determinaciones particulares según su ensamble con las condiciones epocales, nacionales y sociales en cada caso.
No es una utopía o proyección de un buen deseo que se cancela con la convicción de ser irrealizable; es una tendencia objetiva cuya figura que se perfila en el futuro de manera efectiva. Como tendencia, no es una ley que se cumpla contra la voluntad, será la praxis consciente de la sociedad su fuerza fundadora. Y no pretende imponerse de modo eficaz por la vía dictatorial.
Es por ahora un concepto, pero a la altura del devenir histórico y los problemas del mundo y el planeta, su constitución es una necesidad histórica. Sin ella, la humanidad y la civilización transitarán carentes de brújula y destino justos y verdaderos.

Sus bases generales son:

* El cumplimiento de los principios de laicidad, gratuidad, racionalidad, humanismo y nacionalidad, inscritos en el artículo 3º. Constitucional, en todos los campos de la vida teórica, cultural, académica y administrativa.

* La forma de pensar basada en la libertad de pensamiento, la crítica, la objetividad cognoscitiva, el significado humano y social de mundo, el devenir de su concepto, el estado actual de su problemática y sus perspectivas futuras.

* La forma de vida ajena a toda servidumbre, al fanatismo, al instrumentalismo, la frivolidad intelectual, la coacción, el anarquismo y el desorden destructivos, que reconozca como autoridad a los valores, los principios y reglamentos de la república, sin protagonismos ni figuras caudillistas o la imposición represiva.

* La convivencia corresponsable y el cumplimiento estricto de los principios y las reglas propias de la entidad por todos sus miembros sin excepción.

* La publicidad y deliberación sobre los acuerdos, decisiones y resoluciones, tomados de conformidad con una reglamentación estricta y la voluntad común.
La anulación del misterio de la administración (del poder oculto que guía a trasmano el saber y el interés de la universidad), exige la anulación de la administración del misterio, de las transacciones y componendas de los feudos académicos, sindicales y burocráticos.

* El cumplimiento estricto de las normas, procedimientos y obligaciones del personal y la anulación del poder burocrático.
Estas bases obedecen al carácter problemático de tal entidad. Su existencia no puede ser una prolongación de la realidad ciega, la ley fija o la necesidad fatal, sino de la libertad, la conciencia y la praxis humanas que, al mediarse, generan las fuerzas de transformación y constitución de nuevas formas y modos de engrandecer la vida humana. Su modo de ser, por tanto, es un devenir que ha de estar en consonancia con la marcha universal del mundo y la humanidad.
Las formas de vida y del mundo humanos no son dados de una vez. Sus modos están abiertos a transformaciones que sólo el último hombre que exista sobre la tierra podrá conocer en su totalidad. Por eso toda fundación de algo nuevo, toda acción pública o institucional, implican la suprema responsabilidad de conducir y hacer cumplir los fines en beneficio de dicho mundo y la humanidad.
Y por eso la pérdida de la misión universal y nacional de la universidad, además de beneficiar a mafias, gobiernos o grupos, es un atentado contra los derechos de la humanidad y la historia.

16. Su misión y sus fines. En tanto entidad histórica la república del pensamiento y la cultura debe tener una misión: la conservación, protección, impulso y generación de teoría, ciencia, cultura, técnica, humanismo y modos de vida superiores. Allí reside su unidad, no en el interés de los feudos académicos, departamentales o rectorales.
Su praxis no puede dejarse al arbitrio de la decisión “autónoma” de juntas de gobierno, consejos, rectores o academias. Su autonomía ficticia es una coartada para que el poder económico y burocrático se apropien de ella a trasmano. La pregonada “sociedad del conocimiento” por las burocracias actuales significa esa sumisión.
Con el conocimiento, la educación y la cultura sustentados en el principio público, quedan claros sus contenidos: no son los saberes particulares de los colegios profesionales, no son los saberes técnicos subordinados a la propiedad de los grandes medios productivos, no es la cultura de la minoría instruida.
Y por eso la república del saber no podrá ser mera institución educativa o escolar. Aunque, como actividades de servicio, cumpla las funciones de educación, investigación y distribución social de sus resultados.

De dicha misión emergen sus fines. Estos son:

* Generar pensamiento y teoría universales para engrandecer la humanidad y hacer figurar a México en el concierto de las naciones. (Conservar, organizar, analizar y generar nuevas formas de pensar y principios teóricos).

* Generar ciencia, tecnología y cultura para sentar las bases de la soberanía tecnológica, productiva y cultural de México. (Transferir, innovar, reformar, generar saber y obra original).

* Elevar los modos de vida, la convivencia social y la comprensión personal con la creación humanista de obras, actitudes, costumbres y modos de percepción y sentimiento. (Normas de vida, hábitos, aspiraciones, propensiones y, sobre todo, los altos valores de la verdad, la belleza, la dignidad, la justicia, la libertad y la racionalidad).

* Preparar profesionales o funcionarios sociales capaces de resolver los problemas de la vida civil y nacional con eficiencia, responsabilidad y abnegación. (Fundar una educación cuyo egresado tenga la obligación de servir a la sociedad, de modo organizado, normado y supervisado por la sociedad misma).

* Contribuir a la autoformación de seres humanos plenos con el desarrollo de sus aptitudes, facultades, capacidades y habilidades universales. (La asimilación del saber, el ejercicio técnico y la acción cultural serán un medio para este fin).

* Propiciar la autoconciencia política, la participación ciudadana y la autoconciencia histórica de sus miembros.
Con su misión y los fines enunciados, la república del saber no será un templo, un comité partidario, un club “social” o una oficina de burócrata, sino un espacio de creatividad, responsabilidad y compromiso universales y nacionales, con respecto irrestricto a sus miembros, pero a salvo de sus propensiones personales.
Tampoco será una “comunidad” de enseñanza-aprendizaje, como dicen los burócratas de la academia, pues su actividad no dependerá de la voluntad, la componenda o el acuerdo arbitrario de sus miembros. Como entidad pública, con principios, normas, dirección, obligaciones y responsabilidades ante el pueblo y la nación, sus miembros, incluyendo sus directores, deberán sujetarse a su orden general.

17. El saber de la república. La universidad que elude su compromiso con la nación mexicana y los mexicanos vive en la ficción y gira sobre un saber, una organización y un interés privado donde fermenta el sinsentido y la tentación a tergiversar la verdad. Y lo que es peor: transmite esa podredumbre a las nuevas generaciones de estudiantes.
La república del saber, al contrario, hace explícito dicho compromiso sustentado en dos planos:
Primero, en los fundamentos del mundo existente: la aptitud universal para pensar y actuar libremente, la realidad del mundo que incluye la conexión racional con la naturaleza y la humanidad autodeterminada con la justicia como fin.
Segundo, en los principios estampados en el artículo 3º. de nuestra Constitución, que las instituciones, autónomas y no autónomas, han eludido. Reiterando, éstos son: la gratuidad, la separación de todo credo religioso, el humanismo, el nacionalismo, la racionalidad y la democracia. Sus fines son su correspondiente faro: la soberanía social, la soberanía del pueblo y la nacional.
Estos planos son la fuente donde emana el orden de la universidad organizada como república del pensamiento y la cultura, no en la división feudal del trabajo profesional que obedece a los negocios, la industria, la agricultura o los servicios que son peones del capital. Su cima es la formación de una existencia, una comportamiento, una praxis y un sentimiento de acuerdo a sus fines.
Que no espanten los términos. Así hemos dejado de usar las palabras “patria”, “obrero”, “amor”, “viejo” y otras. El positivismo y el practicismo han navegado en favor de la cosificación y el pragmatismo, relegando la vida basada en los valores universales de la dignidad, la belleza, la verdad, la justicia y la libertad.
Estos no son medios o instrumentos para ejercer una carrera, aplicar una técnica o ganar dinero: son fines en sí mismos y eso significa que son bienes espirituales en sentido estricto, esto es, emergen autónomamente de la vida humana que conjuga la más alta conciencia, la praxis más racional y la existencia auténtica. Su contenido es público: contribuyen a engrandecer la vida.
Sobre su base, la ciencia, la técnica, el arte, la cultura y todos los estudios superiores, adquieren la orientación y la fuerza que la nación y la sociedad mexicanas necesitan para constituir su merecido futuro.
El objeto central de su trabajo es la sabiduría.

* Dicha sabiduría es el pensar, base de la teoría o saber de fundamentos (sophía), que transmite su validez al resto del conocimiento.

* Es el pensar que capta el mundo constituido por el hombre y guía a la praxis (phronesis, o razón práxica), con la que el hombre interviene en el mundo poniendo el sello de su conciencia a las formas de organización social, de vida y de gobierno.

* Es el saber de los principios (epísteme) que otorgan validez a las áreas del saber científico.

* Es el pensar científico, ocupado de conocer la naturaleza, los objetos y cosas con leyes y procesos regulares y necesarios, con fines de aprovechamiento a través de las técnicas, y de beneficio para la humanidad y el planeta.

* Es el pensar sobre la especie y el género humano, su modo de existencia racional, su destino, libertad y vida axiológica.

* Es el pensar sobre la historia de la humanidad y el mundo constituido, el devenir donde se tejen los grandes hechos y configuraciones, su conexión consciente con el cosmos y la naturaleza.

18. La cultura de la república. Como república de la cultura su objeto no son las obras y servicios para el entretenimiento, la diversión, la decoración, el ocio, el uso del tiempo inútil o el gusto “refinado”. Menos para corromper, sobornar o comprar a los grupos culturales que venden su apoyo en las instituciones a cambio de becas, puestos y prebendas.
Su cultura es el cultivo de la base de la vida de todos los seres humanos: sus capacidades sensoriales, sus formas naturales de convivencia y de acción.

* Primero, comprehende, los hábitos perceptivos, de relación y convivencia, de sentimiento, preferencias, propensiones, aspiraciones y propósitos cotidianos, resultados de la educación de los instintos, sentidos naturales del gusto, el olfato, la vista, el oído, el tacto, el erótico, además del sentido propioceptivo e interoceptivo.
La dignidad y elevación de la convivencia respetuosa, la acción racional, responsable y socialmente útil, forma también una base común de la cultura.
Su fuente fundamental es, por tanto, la vida, el trabajo y el pensamiento directos del pueblo. Su resultado son los modos de existencia humanizados dotados de nuestra idiosincrasia mexicana.

* Segundo, sobre la base anterior, se levantan los modos de percibir, producir y apreciar la cultura artística de los oficios “menores” aplicados al vestido, el mobiliario, la gastronomía, las artes gráficas, el decorado y el diseño; así como la cultura de las bellas artes en sus diversos géneros (arquitectura, pintura, prosa y poesía, música, danza, teatro, cine, etc.).
Su fuente es la vida de las costumbres e instituciones de los grupos, los sectores sociales, el lenguaje y la tierra nacional. Las obras de los artistas mexicanos, desde las culturas originales hasta nuestros tiempos, son su manifestación.

* Tercero, la cultura del espíritu, depositada en obras inspiradas en los valores de la belleza, la verdad y la comunidad humana, con fines y valores en sí mismas, que concentran los grandes ideales humanos como fines a seguir.
La fuente de ésta son las formaciones universales del género humano y sus modos de vida particulares adoptados en el enclave nacional de México.
Por supuesto, la “difusión” cultural, por definición, no tiene destino claro ni cierto. Y menos cuando se ocupa de esparcir el contenido de las obras de la industria cultural, la comunicación y el comercio de modas, sin criterio valorativo y sin fines sociales determinados.
La república de la cultura no podrá continuar con esa función mercantil. Habrá de liberarla del mercantilismo y establecer un verdadero sistema democrático de distribución de los bienes y las capacidades culturales entre sus miembros y la sociedad en general, promoviendo, sobre todo, la aptitud para generarlos con orientación social, humanista y nacional.

19. El humanismo. Teniendo a la sabiduría y la cultura como objeto, que son atributos del ser humano, el humanismo será un contenido esencial de la república del saber.
Aunque es válido aclarar que el humanismo no es el ornamento que disfraza la vulgaridad, el oropel que barniza al empirismo, la decoración que disimula la barbaridad, o el complemento de una enseñanza carente de valor, de fines y sensibilidad.
El verdadero humanismo brota del contenido mismo de su objeto.

* En el pensamiento y la teoría de principios el humanismo es el modo de existencia del hombre. (Su conocimiento, las aptitudes, facultades, capacidades y habilidades de la especie; el lenguaje que reconstituye al mundo en el interior subjetivo; la acción ideadora que reconstruye a los objetos con las formas y categorías de la razón).

* En la cultura, al elevar el significado y el sentido de la obra y la vida, humaniza al mundo, al cuerpo, al trato y las fuerzas naturales que son base de nuestra existencia. (La estetización, los valores que otorgan significados y sentidos propios del plano humanizado, el juego y los fines no utilitarios, hasta llegar a los fines en sí mismos característicos de la formación espiritual).

* En la técnica, el humanismo proviene del modo de actividad que proyecta la idea en su cerebro, aplica las leyes naturales y realiza la obra en beneficio del ser humano y la sociedad; en la actividad productiva, para facilitar la evolución de la especie con el trabajo intelectivo; en la praxis, para recuperar la aptitud de constituir un mundo propio a la medida de la formación humana.

* En la totalidad institucional el humanismo se recupera al enlazarla como un núcleo del mundo en devenir; en las profesiones con el compromiso y la responsabilidad con la sociedad, el mundo y la naturaleza; en la educación con la incorporación de las nuevas generaciones a la obra común del hombre y la historia.

* En la convivencia diaria, el humanismo se hace manifiesto generando nuevas necesidades estéticas, afectivas, de reflexión, axiológicas, espirituales, intelectuales, de convivencia personal, civil y política. Dicho humanismo será objeto esencial de la república del saber.

20. El poder constitutivo de la república del saber. Visto el limitado “poder propio” de la autonomía, se pone a la vista su forma, su nomos, su “ley”. Su secreto se descubre fácilmente: el gr. nomos viene de nemo; del indoeuropeo nem, que es arreglar, distribuir.
Su significado profundo, por tanto, es distinto a constituir, que es fundar, establecer la condición necesaria de algo. De allí la diferencia entre un principio constitucional y una ley: aquél contiene la base de una nación y un pueblo, la legislación regula o distribuye el principio a los ámbitos particulares (económico, civil, penal, etc.).
La autonomía, por tanto, es meramente el poder de distribuir educación, no de constituirla; de repartir entre los vasallos los recursos públicos que se entregan, no de producirlos; de transmitir saber, no de generarlo. Tal es el papel de sus “autoridades”. No tienen siquiera el título de “representantes”, son designados o nombrados por una junta de notables.
No se olvide: no hay palabras inocentes. El destino de la “autonomía universitaria” es trazado desde sus mismos términos.
Su trayectoria incuestionada penetra la organización de los estudios. Una anécdota aquí dice todo: un amigo, al terminar los cursos, pregunta a otro “¿qué vas a hacer?” La respuesta justa: “ponerme a estudiar”.
En efecto, quien ha culminado una carrera sabe que al terminar llega la hora de ponerse a estudiar en serio; durante los cursos todo es la carrera contra el tiempo, la calificación y la obligación escolar. Con las rutinas nada se constituye allí.
Las aptitudes, facultades y capacidades pierden en muchos casos su fuerza y orientación con los filtros que se aplican para evitar la libertad de pensamiento, con el diseño de los puestos de trabajo y las funciones profesionales que los empresarios turnan a sus vasallos para que las implanten en los planes de estudios.
Conservar y reforzar el poder constitutivo en todos los ámbitos de la república del pensamiento y la cultura es su divisa principal.

21. Los estudios. Un halo mítico rodeaba al saber universitario moderno: el calificativo de “científico”. Ante la ignorancia era ilustración, ante el fanatismo era demostración, ante el dogma era método, ante la fe era conocimiento, ante la futilidad era aplicación técnica o práctica.
Así nació el mito del cientismo, que invadió al mismo socialismo “científico” de Marx y Engels. Bajo su guía y negando una dialéctica propia a la vida diaria, la conciencia pública y social, se sometían todos los problemas al juicio del saber positivo.
Hoy es claro que eso era el traslado del avance industrialista que, incontenible, arrasaba con las formaciones naturales de la agricultura y las fuerzas de la vida espontánea. Tesis que apuntaló la identificación del socialismo cientista con el productivismo, la tecnificación y el control político y civil.
El objetivismo positivista del saber era, en realidad, la puerta para cosificar el mundo y la vida. Tanto el método experimental como la industria parten del mismo principio: el cálculo de resultados teniendo a disposición los materiales, los medios y el método.
Eso no puso la ciencia a salvo de ser apropiada por los grandes monopolios que la hicieron fuerza productiva, por el socialismo de control y su “ciencia de clase”, por el nazismo que la transmutó en magia para realizar fantasías biologistas, o el maoísmo y sus sueños de producción alimentaria sin límite.
Su mitificación tocó a su fin al volverse mero saber utilitario en manos del profesor, manuales, libros de texto y lecciones de aula.
Con ello perdió su halo místico, pero a la vez cayó víctima del positivismo de la verificación observacional y la cuantificación. Toda afirmación que no se sometiera a tales requisitos, quedaba fuera.
Así fue como se impuso la reducción del saber universal al cosismo materialista indiferente a los valores en las ciencias positivas. Pues las cosas que sólo abrigan la positividad, no la posibilidad, la negación, los valores y la libertad, no son bellas ni feas, buenas ni malas, justas ni injustas. De ellas no se desprenden lecciones para la vida humana.
También, en las ciencias sociales, la cuantificación estadística, la encuesta de opinión, la información empírica, relegaron a segundo plano las configuraciones históricas y humanas, las estructuras, tendencias y totalidades del devenir, para quedarse con las cuantificaciones requeridas por la planeación, la proyección y demás técnicas de control social.
Las ciencias formales, sobre todo las matemáticas, han oscilado entre su trabajo puro, ajeno a la verdad, la realidad, la vida y el significado humano, y su aplicación como técnicas de cálculo que asumen sin saberlo los intereses de quienes se sirven de ellas.
Las ciencias reflexivas, sobre todo la filosofía, sus ramas y saberes particulares, respondiendo frívolamente a las demandas, oscilaron entre un saber decorativo “humanista”, el empirismo de la erudición, el logicismo técnico y el doctrinarismo materialista, teológico y metafísico. Hoy naufragan en la hermenéutica que es fachada del pensamiento religioso. (Dufrenne, Ricoer y Gadamer tienen esa fuente de origen).
La universidad, por tanto, está muy lejos de cultivar la ciencia con todos sus componentes y complejidad.
La república del saber, en consecuencia, habrá de rescatar a la ciencia como un producto del pensamiento, de la vida humana y del mundo histórico. Reintegrándole sus valores intelectuales y sociales y fortaleciendo su carácter riguroso y estricto, esto es, que agrupe al saber hoy diseminado en carreras en áreas o nódulos dotados de sus métodos, objetos, formas de conocimiento y teorías propias.
Sin esa base, los “modelos” académicos que se elaboran bajo pedido por gentes ajenas al saber y versadas sólo en la pedagogía y la didáctica, son meros instrumentos escolares.
Hoy, la organización de la ciencia universitaria navega en el desorden de la división trazada desde las técnicas del poder y los negocios. Así como éstos proceden sobre las sociedades, así la organización de los estudios procede sobre el saber científico.
Según se reseñó, la multidisciplina es un traslado de la empresa multinacional y los grupos de trabajo de las grandes corporaciones; la escuela modular es un calco de la fábrica modular; la transdisciplina prolonga a la empresa transnacional que superpone su esquema a la producción nacional particular; la isomorfía es el esquema sistémico centrado en los procesos formalmente comunes a varios campos, por encima de sus contenidos propios, igual que la globalización que impone su poder supranacional arrasando las diferencias nacionales; la simulación modelística, separada del saber objetivo, construye y reconstruye camisas de fuerza sin importar el contenido de los objetos, sólo su puesta a disposición; la reducción que pretende unificar el saber explicando los planos del mundo por sus bases inferiores y negando el carácter específico de cada uno (la vida social por la economía, la psicológica por la fisiología, la orgánica por la bioquímica del ADN, etc.).
Y, es obvio, cualquier intento de negar el carácter y la esencia específica y particular de los campos objetuales (el positivo o natural, el social, el reflexivo y el formal), deformará el conocimiento, el uso y la realidad del saber correspondiente. Tratándose del campo humano, de su subjetividad, de su historia y de la naturaleza, la aplicación de tal saber cosificante aproximará la muerte de la vida sobre la tierra.
No hay duda, por otra parte, que la diversidad de los objetos del mundo implica una misma fuente: la naturaleza y el ser humano con su equipaje subjetivo. La unidad creativa del saber es posible si se admite la particularidad o diferencia de sus áreas. La unidad de sus fines sociales y nacionales traza la orientación de su actividad.
A la vez, la reducción de la ciencia al conocer, al resultado temático del saber o la aplicación técnica, debe dejar lugar al conjunto que ensambla el saber, el método, la forma de conocimiento y la teoría o sistema. Así como, en tanto conocimiento, debe recuperar su trasfondo cultural, histórico y técnico.
La investigación, en consecuencia, ha de seguir la misma lógica.
El pueblo no merece que le den migajas universitarias. Es la justa distribución de la ciencia, la técnica y la cultura entre los miembros de la sociedad lo que la república del saber debe organizar.
Y, por estas razones, en lo que respecta a los estudios, la república del saber deberá terminar con la desigual distribución de esos bienes. La única manera de lograrlo es generalizar la educación superior para todo ser humano.
La tendencia del trabajo a volverse actividad intelectual exige su profesionalización general. Los avances tecnológicos harán posible descargar el uso de la fuerza en las máquinas y la actividad laboral podrá suplirse con el cálculo intelectivo, la producción inteligente y la creación cultural.

22. El ciudadano de la república del saber. Obviamente, a una republica le corresponde una base ciudadana, que es el verdadero sostén de todo poder público.
La enseñanza que se entrega al siervo, al alumno, en la ficción del “proceso de enseñanza-aprendizaje”, es la señal de la cadena que la educación impone al cerebro y al corazón. Las jerarquías basadas en el decanato, los premios y las distinciones que no sean respaldadas por las obras, deben ser erradicadas. Los sistemas de becas sólo son justos cuando son igualitarios.
La verdadera educación no se consuma por el plan de estudios, radica en el “curriculum oculto”, es decir, en las actitudes, hábitos, ideología, reacciones y modos de adaptación que las instituciones transmiten. El saber que el estudiante recibe hoy es tan exiguo que no vale siquiera el tiempo perdido para adquirirlo. Los libros, la realidad y el internet enseñan más que los profesores.
Por eso se debe develar el misterio del legislativo que ha “distribuido” derechos a todos los segmentos sociales, incluidos los animales. Excepto a los estudiantes. Tal es el odio y el miedo que los sistemas tienen a las nuevas generaciones.
Y por eso, el tiempo de enseñanza debe dejar su lugar al tiempo del autoaprendizaje. El eje del trabajo debe ser el estudiante, el profesor debe ser un facilitador. Nunca un tutor. Si la libertad de cátedra o enseñanza ha muerto con la regulación impuesta por la burocracia de la ANUIES, que la entierren sus muertos. La libertad y la autogestión del aprendizaje es la llave de la educación del futuro.
Claro, el verdadero aprendizaje exige la participación organizada y debidamente normada del estudiante en todos los asuntos. Organizar la autogestión académica es ahora lo importante. Sustentada en la asimilación de las teorías, los conceptos, los métodos y las técnicas de investigación; inspirada en la fuerza del espíritu depositada en las bases culturales, los valores, los grandes fines de la nación y la sociedad mexicanas.
El profesor debe ser un colaborador. El verdadero maestro no es una figura escolar, es una pieza del devenir humano.
Por lo pronto, el objeto de los estudios exige una transformación radical. De la información y las fórmulas debe pasarse al concepto y los principios, de la transmisión del saber a la producción de conocimiento, del uso y aplicación a su generación. De otro modo, por más elevado que sea el nivel de los estudios, la universidad será un agente de colonización y dependencia.
Con la humanidad, la justicia y la dignidad como principios, la autogestión deberá ser la bujía para resolver los problemas nacionales, sociales, naturales y humanos, basándose en una división del trabajo igualitaria que se ocupe de los grandes problemas de México, no del dictado y la rutina escolar.
La verdad, fundamento, medio y fin de la vida humana y el saber; mediación de la praxis, el mundo y la existencia humana, no se aprende en el aula ni en la lección escolar. Si el estudiante no se asoma al mundo, al medio en que vive, a sí mismo y la humanidad, sus estudios estarán al margen de ella.
La misma palabra devela el secreto de la verdad. En náhuatl se dice neltiliztli. Significa “fijamiento sólido y enraizamiento profundo”, como el que necesitaba el pueblo mexicano para asentarse sobre el suelo lacustre y pantanoso del Valle de Tenochtitlan. Fijamiento sólido y enraizamiento profundo que el pueblo y nación mexicana exigen hoy para transitar a su grande y luminoso porvenir.
Sólo así, fortificada en su raíz, la universidad podrá transitar hacia el futuro. Y el estudiante, que es su actor principal, podrá ser ciudadano que, por derecho y responsabilidad propios, entregará a México su esfuerzo.

***

En conclusión: si las formas del estado moderno, de la escuela, de la empresa, la propiedad, el derecho y el saber han concluido su ciclo de vida en el transcurso inexorable de la historia, la universidad no escapa a esta dialéctica.
Debe dejar su posición a la república del pensar y la cultura. El contenido de ésta deberá tener la aptitud adecuada para reintegrar al estudiante sus derechos y cumplir con la misión y las funciones de aquélla.
¡No merecen menor herencia México, el esfuerzo de la humanidad, los trabajadores y las nuevas generaciones que heredarán la tierra y el mundo!

Noviembre 6, 2009.